sábado, 24 de mayo de 2025

TRAGEDIA Y DESPUÉS DE 1970

Yungay Ancash
La Tragedia de Yungay: Un Hito Transformador en la Gestión de Riesgos y la Memoria Colectiva del Perú
I. Introducción: La Cicatriz Imborrable de Yungay
La tragedia de Yungay, ocurrida el 31 de mayo de 1970, marcó un hito devastador e imborrable en la historia del Perú. Este evento, desencadenado por un terremoto de magnitud 7.9 que provocó una colosal avalancha del nevado Huascarán, sepultó por completo la ciudad de Yungay, en la región de Áncash  . La magnitud de este desastre lo posiciona como el más destructivo y devastador en la historia del Perú, no tanto por su intensidad sísmica, sino por la inmensa cantidad de vidas humanas perdidas.   

El sismo golpeó a las 3:23 p.m. de un domingo, un detalle que subraya la interrupción abrupta de un día aparentemente ordinario. Muchas personas acababan de ver el partido inaugural del Mundial de Fútbol México '70, lo que acentúa la súbita disrupción de la rutina y la seguridad percibida. Esta circunstancia particular de la tragedia, al irrumpir en un momento de ocio y normalidad colectiva, amplificó el impacto psicológico y la profunda ruptura en la experiencia social. El evento no fue solo una catástrofe física; fue una violenta intrusión en un momento de paz colectiva, lo que lo hizo aún más traumático y memorable para la conciencia nacional. La tragedia de Yungay, por lo tanto, se erige como un punto de inflexión que redefinió drásticamente la conciencia nacional sobre los desastres naturales y la gestión de riesgos. La escala de la pérdida humana, más allá de la magnitud del sismo, obligó a una reevaluación fundamental de las políticas y la preparación del país. Este desastre actuó como un catalizador, exponiendo vulnerabilidades sistémicas profundas y forzando un cambio de un enfoque reactivo a uno más proactivo en la gestión de desastres.   

El presente informe tiene como propósito corregir, actualizar y ampliar la información existente sobre la tragedia de Yungay. A través de una integración de diversas perspectivas de investigación, busca ofrecer una comprensión exhaustiva, precisa y analíticamente rica de sus múltiples impactos —geológicos, sociales, económicos y psicológicos. Además, examinará con detalle el papel fundamental del evento como motor de cambios profundos en las políticas y prácticas peruanas de gestión de desastres, destacando las lecciones aprendidas y su relevancia en el contexto actual.

II. El Evento Catastrófico: Terremoto y Aluvión del 31 de Mayo de 1970
El Terremoto de Áncash: El Catalizador Catastrófico
El sismo, que se convertiría en el catalizador de la tragedia, ocurrió a las 3:23 p.m. del fatídico domingo 31 de mayo de 1970. Su magnitud se ha reportado consistentemente como 7.9 en la escala de Richter (ML) y en la escala de Magnitud de Momento (Mw). Aunque algunas fuentes mencionan magnitudes ligeramente diferentes, como 7.8  o 7.7 , la cifra de 7.9 es la más aceptada por organismos oficiales peruanos como el Instituto Geofísico del Perú (IGP). Un terremoto de esta intensidad se clasifica como un sismo mayor, capaz de provocar daños extensos en un área sumamente amplia  .   

El epicentro se localizó en el mar, aproximadamente a 25 kilómetros al suroeste de Chimbote, frente a las costas de Áncash. La profundidad del sismo fue relativamente superficial, estimada en 45 kilómetros, lo que amplificó sus devastadores efectos en la superficie terrestre  . La sacudida duró entre 40 y 45 segundos, un período suficiente para causar colapsos estructurales generalizados. La energía liberada por este sismo de magnitud 7.9 fue equivalente a la de miles de bombas atómicas  , o más precisamente, a 27,000 bombas atómicas. Esta inmensa liberación de energía fue determinante para desestabilizar las formaciones geológicas y, crucialmente, los glaciares de la Cordillera Blanca  .   

El terremoto no solo impactó directamente las estructuras urbanas, sino que desencadenó una serie de fenómenos secundarios. Se registró un tsunami menor en las costas de Chimbote, con olas que probablemente no superaron los 2 metros y que tardaron unos 15 minutos en llegar. Además, se produjeron procesos de licuefacción de suelos a lo largo de la Panamericana Sur y en los alrededores del Hotel de Turistas de Chimbote, causando desniveles en el terreno y la aparición de "volcanes de arena". Sin embargo, el efecto más catastrófico fue el desprendimiento masivo de glaciares y rocas en las zonas altas de las montañas. La intensidad sísmica alcanzó un máximo de grado IX en la escala de Mercalli Modificada (MM) en la ciudad de Casma , y grado VIII MM en Chimbote, Casma y el Callejón de Huaylas. Los daños severos se extendieron por todo el Callejón de Huaylas, afectando ciudades como Recuay, Huaraz, Carhuaz y Caraz, así como las zonas costeras de Casma y Chimbote.   

La Avalancha: La Furia Incontenible del Huascarán
El terremoto provocó directamente el desprendimiento masivo de una enorme porción de hielo y rocas del pico norte del nevado Huascarán, cuya cumbre alcanza los 6,655 metros. Esta avalancha glacial, conocida como aluvión, consistió en millones de metros cúbicos de material, incluyendo rocas, lodo y hielo  . Las estimaciones del volumen total de material varían, lo que refleja la complejidad de las mediciones post-desastre. El desprendimiento inicial del Huascarán Norte se ha estimado en 1 millón de metros cúbicos de hielo y 6.5 millones de metros cúbicos de roca. Sin embargo, el volumen del aluvión que finalmente sepultó Yungay se calcula en aproximadamente 40 millones de metros cúbicos de hielo, lodo y rocas. Otras estimaciones más amplias para el volumen total del aluvión oscilan entre 50 y 100 millones de metros cúbicos  . Estas variaciones en las cifras de volumen y profundidad de los escombros no son meras inconsistencias; más bien, ponen de manifiesto las complejidades y los desafíos inherentes a la evaluación rápida de datos en el caos inmediato de desastres a gran escala y de múltiples peligros, especialmente en regiones de difícil acceso. Las diferencias pueden deberse a distintas metodologías de medición, variaciones en la definición (por ejemplo, desprendimiento inicial frente a flujo total o profundidad localizada), o simplemente a la naturaleza caótica del evento en sí. Esta situación subraya la necesidad crítica de contar con protocolos de recopilación de datos estandarizados, robustos y transparentes en la respuesta y recuperación ante desastres.   

El torrente imparable se precipitó ladera abajo a velocidades vertiginosas, calculadas entre 270 y 300 kilómetros por hora  . Algunas fuentes sugieren velocidades iniciales de 360 km/h, que pudieron acelerar hasta 550 km/h debido a la pronunciada pendiente. Otras estimaciones de velocidad varían entre 200 y 500 km/h. Trágicamente, este torrente imparable siguió el cauce del río Ranrahirca, arrasando todo a su paso y engullendo por completo las ciudades de Yungay y Ranrahirca. En cuestión de minutos, la avalancha cubrió la ciudad de Yungay con una capa de escombros cuya profundidad también varía en los reportes: hasta 20 metros  , un promedio de 1.5 a 2.5 metros con acumulaciones de hasta 10 metros cerca del cementerio , 7 metros , o 5 metros.   

Impacto Geográfico Ampliado
El alcance destructivo del terremoto se extendió más allá de Áncash, afectando gravemente partes de La Libertad, Huánuco y Lima. La sacudida sísmica se sintió con fuerza en regiones distantes como Tumbes, Jaén, Moyobamba, Iquitos, Pisco e Ica, e incluso en Guayaquil, Ecuador. La devastación material fue generalizada: la infraestructura de la región quedó completamente destruida  . En Huaraz, casi el 80% de las viviendas de adobe colapsaron. En total, se estima que 60,000 viviendas fueron destruidas en el área afectada. Además, 6,730 aulas de centros educativos quedaron inutilizables , y el puerto de Chimbote, vital para la economía regional, sufrió la ruina del 50% de su infraestructura.   

La tragedia de Yungay ilustra de manera contundente el concepto de peligros en cascada. El terremoto, aunque severo, fue el catalizador inicial. La verdadera catástrofe se manifestó a través del aluvión masivo, cuya destructividad se vio desproporcionadamente amplificada por vulnerabilidades preexistentes. Estas vulnerabilidades incluían la desafortunada ubicación geográfica de la ciudad en un valle estrecho, altamente susceptible a los flujos del Huascarán , y la predominancia de construcciones no sismorresistentes, como las viviendas de adobe. Esta secuencia de eventos, donde un peligro natural desencadena otro, que a su vez interactúa con un entorno vulnerable, transformó un sismo severo en una catástrofe sin precedentes. Este análisis va más allá de la mera descripción de los acontecimientos para explicar los mecanismos subyacentes del desastre, poniendo de manifiesto que los desastres no son únicamente fenómenos naturales, sino el resultado de la compleja interacción entre los peligros y la vulnerabilidad humana, lo que exige un enfoque holístico para la reducción del riesgo.   

III. Raíces de la Vulnerabilidad: Causas y Advertencias Ignoradas
La magnitud del desastre de Yungay no fue el resultado de una única causa, sino de una convergencia trágica de factores, muchos de los cuales reflejan profundas vulnerabilidades y advertencias desatendidas.

Factores Geográficos y Glaciológicos
La ubicación geográfica de Yungay en un valle estrecho, flanqueado por las imponentes montañas de la Cordillera Blanca, la hacía intrínsecamente susceptible a los aluviones provenientes del Nevado Huascarán. El Huascarán mismo, con sus vastas masas de hielo y formaciones rocosas inestables, representaba un peligro latente y constante  . Las laderas superiores de la Cordillera Blanca se caracterizan por su extrema inclinación, a menudo entre 45° y casi 90°, lo que crea condiciones de inestabilidad inherente. Específicamente, el pico norte del Huascarán había sido identificado como una de las áreas cubiertas de hielo más inestables dentro de la Cordillera Blanca. La evidencia geológica histórica también revela que avalanchas de hielo y roca se han originado repetidamente en las laderas del Huascarán a lo largo del Holoceno, lo que indica un patrón recurrente de tales eventos.   

El Precedente de Ranrahirca (1962)
Ocho años antes de la tragedia de Yungay, un aluvión de menor escala, pero igualmente devastador, ya había ocurrido en la zona. El 10 de enero de 1962, un desprendimiento del Huascarán Norte arrasó Ranrahirca y otros nueve pueblos, causando la muerte de entre 2,900 y 4,000 personas. Este evento sirvió como un precedente trágico y una advertencia clara sobre el peligro inminente. Es crucial destacar que el aluvión de 1962 pasó a solo 1.5 kilómetros al sur de la antigua ciudad de Yungay, demostrando la amenaza directa a la ciudad.   

A pesar de este peligro evidente, existía una percepción de riesgo caracterizada por el desinterés o el fatalismo entre algunos residentes. Testimonios de 1962 describen cómo las personas ignoraron las advertencias, creyendo que "la nieve del Huascarán siempre cae así" o incluso continuaron festejando, pensando que los gritos de "¡Avalancha!" eran una broma. Esta actitud revela una tendencia psicológica a subestimar la probabilidad o el impacto de un desastre, un fenómeno conocido como sesgo de normalidad o amnesia colectiva. A pesar de una catástrofe reciente y clara, la inclinación humana a normalizar amenazas recurrentes o a minimizar su gravedad impidió una preparación efectiva a nivel individual y comunitario. Esto pone de manifiesto un desafío fundamental en la comunicación de riesgos: cómo transmitir eficazmente los riesgos futuros abstractos y las lecciones del pasado de manera que superen los sesgos psicológicos y motiven un cambio de comportamiento significativo, especialmente cuando existen fuertes desincentivos socioeconómicos para la reubicación o la reconstrucción con criterios diferentes.   

Advertencias Desatendidas y el Contexto Socio-Político
Tras el desastre de Ranrahirca de 1962, en septiembre del mismo año, dos geólogos estadounidenses ascendieron al Huascarán y emitieron una advertencia específica: un bloque de hielo mucho más grande seguía inestable y representaba una amenaza directa para Yungay. Sin embargo, a esta información crucial "no se le dio la importancia debida".   

Las razones de esta inacción son complejas y se enraízan en el contexto socio-político y cultural del Perú de la década de 1960. Antes de 1970, la percepción predominante del riesgo se caracterizaba a menudo por una "cultura fatalista" ante los fenómenos naturales , donde los desastres eran vistos como actos inevitables de la naturaleza, más que como consecuencias prevenibles de la vulnerabilidad humana. El país estaba bajo el gobierno militar revolucionario del General Juan Velasco Alvarado desde 1968 , el cual, si bien buscaba una transformación social, pudo no haber priorizado la prevención de desastres a largo plazo en su agenda inmediata. Además, una deficiente planificación urbana, el crecimiento informal y desordenado de la población, y una supervisión insuficiente de la infraestructura urbana por parte de las autoridades contribuyeron significativamente a la vulnerabilidad de la región. Los patrones históricos de desarrollo urbano en Perú a menudo no incorporaron las lecciones de eventos sísmicos pasados, lo que llevó a la perpetuación de "malas prácticas constructivas".   

Esta confluencia de un peligro geográfico latente, un precedente trágico, advertencias específicas desatendidas y un entorno socio-político incapaz de asimilar y actuar sobre el riesgo, preparó el escenario para la tragedia de 1970. La falta de acción frente a las repetidas advertencias, especialmente después del desastre de Ranrahirca en 1962, revela un profundo fallo sistémico en la gobernanza del riesgo. No se trató simplemente de un descuido, sino de una compleja interacción entre una percepción cultural fatalista, la falta de voluntad política o capacidad para priorizar la prevención a largo plazo sobre el desarrollo inmediato, y una inadecuada planificación urbana y supervisión de la construcción. Esta situación ilustra cómo las comunidades pueden quedar atrapadas en un ciclo de vulnerabilidad, donde las lecciones históricas no se traducen en políticas y prácticas efectivas, haciendo que futuros desastres sean casi inevitables.

IV. Consecuencias Inmediatas: Desolación y Supervivencia
La tragedia de Yungay dejó un saldo humano y material abrumador, transformando el paisaje y la vida de la región de manera irreversible.

Balance Humano y Material
La pérdida de vidas fue catastrófica. Aunque el informe inicial estima más de 20,000 muertes solo en Yungay, de una población aproximada de 25,000  , las cifras oficiales varían ligeramente. Las fatalidades totales estimadas para las regiones afectadas oscilan entre 67,348 y 70,000, con 380,000 heridos. Otras fuentes citan alrededor de 70,000 muertos, 20,000 desaparecidos y presuntamente fallecidos, y 150,000 heridos , o más de 66,000 muertos y 100,000 heridos. Un desglose más detallado de las muertes por región, incluyendo Áncash, suma un total de 68,612 fallecidos.   

Específicamente para Yungay, las estimaciones de muertes varían de más de 20,000  a aproximadamente 30,000. La población de la ciudad era de alrededor de 25,830 habitantes , lo que indica una aniquilación casi total. Solo unos 92 yungaínos lograron sobrevivir , o "apenas 300 de sus 20,000 pobladores".   

La destrucción material fue igualmente devastadora. La infraestructura de la región quedó completamente destruida  . En Huaraz, casi el 80% de sus viviendas de adobe colapsaron. En total, 60,000 viviendas fueron destruidas en el área afectada. Además, 6,730 aulas de centros educativos quedaron inservibles , y el puerto de Chimbote, vital para la economía regional, sufrió la ruina del 50% de su infraestructura.   

La Desaparición de Yungay
La ciudad de Yungay desapareció literalmente del mapa, cubierta por millones de toneladas de lodo y escombros  . Solo unos pocos puntos elevados emergieron milagrosamente de la catástrofe, convirtiéndose en símbolos dolorosos de lo que una vez fue: la colina del cementerio, la estatua de Cristo y cuatro palmeras en la plaza principal.   

El Campo Santo de Yungay, el antiguo cementerio que milagrosamente sobrevivió al aluvión, se ha convertido desde entonces en un lugar sagrado de peregrinación, memoria y duelo. Allí, los visitantes pueden observar las copas de las palmeras que sobresalen del montículo de tierra, marcando el nivel exacto de la ciudad sepultada. Es un testimonio silencioso y conmovedor del impacto del aluvión y un espacio sagrado para honrar a los miles de víctimas cuyos cuerpos nunca fueron recuperados. La estatua del Cristo Blanco (Cristo de Yungay), aunque dañada, también se mantuvo en pie, erigiéndose como un poderoso símbolo de esperanza y resiliencia. Su supervivencia, observando la devastación, le ha otorgado un profundo significado simbólico de fe y fortaleza perdurables frente a una destrucción abrumadora.   

Los relatos de los sobrevivientes resaltan la naturaleza arbitraria de la supervivencia. Algunos se salvaron porque estaban visitando el cementerio (92 personas) , mientras que otros, principalmente niños, se encontraban en un espectáculo de circo en un pueblo vecino que no fue afectado (alrededor de 200 niños). Los testimonios describen el inmenso y aterrador ruido del aluvión que se aproximaba y la horrible visión de la "ola gigante de lodo gris" que engulló la ciudad en cuestión de minutos.   

La aniquilación casi total de Yungay, donde la ciudad "desapareció literalmente del mapa"  , dejando solo unos pocos puntos elevados en pie, representa un punto cero de destrucción. La supervivencia del cementerio, la estatua de Cristo y las palmeras  no es un mero detalle fáctico, sino que posee un significado simbólico profundo. Estos elementos se transformaron en marcadores tangibles de una pérdida inmensa, de la memoria colectiva y de una resiliencia casi milagrosa, moldeando profundamente la narrativa post-desastre y sirviendo como un memorial permanente. La decisión gubernamental posterior de prohibir la excavación y declarar el sitio como Campo Santo  refuerza su estatus sagrado y simbólico. Estos elementos supervivientes actúan como un punto focal para el duelo y una conexión física con la ciudad perdida y sus habitantes, encarnando la idea de un espíritu perdurable y una forma de "supervivencia" incluso en medio de la aniquilación total.

Además, los relatos detallados sobre cómo individuos o grupos específicos lograron sobrevivir, como los niños en un circo o las personas en el cementerio , ponen de manifiesto la naturaleza arbitraria y a menudo aleatoria de la supervivencia en un evento tan rápido y abrumador. Esta aleatoriedad, junto con la inmensa pérdida personal experimentada por los sobrevivientes, como Javier León León quien perdió a toda su familia , exacerbó profundamente el trauma psicológico. El acto de presenciar la aniquilación completa de su ciudad natal y de sus seres queridos desde un punto de vista "seguro"  dejó cicatrices psicológicas profundas y duraderas. Esto condujo a un duelo complejo, al sentimiento de culpa del sobreviviente y a una alta prevalencia de trastornos de estrés postraumático (TEPT), ansiedad y depresión entre quienes lograron vivir. Este aspecto del desastre resalta que las heridas psicológicas pueden ser tan devastadoras y perdurables como las físicas, subrayando la necesidad crítica de un apoyo psicosocial sostenido en los esfuerzos de recuperación post-desastre.

V. La Respuesta Global: Solidaridad sin Precedentes
La magnitud sin precedentes de la tragedia de Yungay conmovió profundamente al mundo, desencadenando una respuesta humanitaria internacional inmediata y masiva  . Numerosos países y organizaciones internacionales enviaron rápidamente ayuda humanitaria vital, que incluyó alimentos, medicinas, tiendas de campaña, equipos de comunicación y equipos de rescate especializados  .

Ayuda Humanitaria Internacional
Las contribuciones específicas de la comunidad internacional fueron diversas y significativas:

Estados Unidos: Proporcionó un apoyo logístico y aéreo considerable, desplegando aviones Hércules, helicópteros y el portaaviones USS Guam con 16 helicópteros para el transporte de ayuda humanitaria. Lamentablemente, tres helicópteros estadounidenses se estrellaron y tres paracaidistas fallecieron durante las operaciones de rescate debido a las desafiantes condiciones del terreno andino.   
Unión Soviética (URSS): En una notable y rara muestra de cooperación en plena Guerra Fría, el gobierno soviético, que había restablecido relaciones diplomáticas con Perú en 1969, envió equipos médicos, vehículos, helicópteros y viviendas provisionales. Un grupo de 55 voluntarios médicos soviéticos también brindó asistencia crucial. Trágicamente, un avión Antonov ruso que transportaba ayuda a Perú se estrelló en el Atlántico Norte, cobrando la vida de sus 22 tripulantes.   
Cuba: Participó activamente en el puente aéreo, realizando numerosos vuelos en la primera semana para rescatar sobrevivientes y entregar suministros médicos.   
Alemania: La Cruz Roja Alemana proporcionó 522 "iglúes" pequeños refugios semiesféricos de espuma plástica junto con 26 técnicos para su instalación. También entregaron 125 contenedores equipados como unidades médicas móviles.   
Francia: La Cruz Roja Francesa donó 60 casas prefabricadas, destinadas específicamente a madres viudas con hijos menores en las zonas afectadas.   
Canadá: Envió seis grandes aeronaves, realizando casi un centenar de vuelos para transportar suministros médicos y alimentos.   
Nueva Zelanda: La Cruz Roja de Nueva Zelanda donó 24 casas prefabricadas.   
España: Proporcionó una ayuda solidaria sustancial, incluyendo donaciones de sangre coordinadas por la Cruz Roja Española, medicamentos de cuidados intensivos y fondos recaudados por el público.   
Países Hermanos Latinoamericanos: Enviaron una considerable cantidad de ayuda, destacando la participación de muchos jóvenes cirujanos y enfermeros para apoyo médico.   
UNICEF: Participó en su primera gran respuesta de emergencia en Perú, asignando 500,000 dólares para equipos de telecomunicaciones, transporte e insecticidas para combatir posibles epidemias.   

A pesar de la abrumadora buena voluntad internacional, la entrega de ayuda enfrentó importantes obstáculos logísticos. Las carreteras y puentes dañados en el accidentado terreno andino dificultaron gravemente el acceso, y los suministros tardaron "entre dos y tres días en llegar al Callejón de Huaylas desde el aeropuerto de Lima". La densa nube de polvo y tierra que cubría la zona afectada también impidió el aterrizaje de aviones en los momentos inmediatamente posteriores al desastre. La rápida habilitación del pequeño aeropuerto de Anta por parte de las Fuerzas Armadas peruanas mejoró significativamente el transporte de ayuda posteriormente.   

Momentos de Cooperación Histórica
La cooperación entre Estados Unidos y la Unión Soviética en el apogeo de la Guerra Fría fue particularmente "notable y rara"  . Este hecho es un poderoso testimonio de la capacidad de la humanidad para unirse frente al sufrimiento profundo  . La colaboración entre estas dos superpotencias, que en ese momento estaban en una intensa rivalidad ideológica y política, fue altamente inusual. El hecho de que tal colaboración ocurriera sugiere que la magnitud del desastre fue tan inmensa que obligó a una suspensión temporal de las hostilidades políticas en favor de una respuesta humana compartida. Esta demostración sin precedentes de solidaridad global sentó un precedente crucial para la coordinación de la ayuda humanitaria a gran escala en futuros eventos catastróficos  . Este fenómeno revela la existencia de un imperativo humanitario que puede, en ocasiones, trascender profundas divisiones ideológicas y políticas, estableciendo las bases para futuros mecanismos de coordinación global en la respuesta a desastres.

Sin embargo, a pesar de la inmensa solidaridad internacional y la buena voluntad para ayudar, los relatos detallados de los desafíos logísticos —carreteras dañadas, nubes de polvo que impedían los aterrizajes y la llegada tardía de la ayuda — revelan una "brecha logística" crítica en la respuesta temprana a desastres. Esto pone de manifiesto que, incluso con una enorme cantidad de buena voluntad y recursos internacionales, la infraestructura física y los mecanismos de coordinación existentes eran insuficientes para entregar rápidamente la ayuda a las zonas más afectadas. Las causas de esta brecha fueron tanto infraestructurales (carreteras dañadas, falta de aeropuertos funcionales) como ambientales (nubes de polvo). Esta situación subraya la necesidad crucial de contar con ayuda pre-posicionada, infraestructura resiliente, sistemas de comunicación robustos y capacidades de despliegue rápido en las regiones vulnerables. Esto asegura que la asistencia humanitaria pueda llegar a quienes la necesitan sin demoras críticas, minimizando así el sufrimiento prolongado. Este análisis va más allá de la simple enumeración de los proveedores de ayuda para analizar la importancia geopolítica de la respuesta, mostrando cómo las crisis humanitarias pueden, en ocasiones, tender puentes inesperados entre naciones.   

VI. Reconstrucción y Reasentamiento: El Nacimiento de Nueva Yungay
Tras la devastación, el proceso de reconstrucción de Yungay fue un desafío monumental, marcado por decisiones difíciles y una compleja interacción entre la planificación técnica y las realidades socio-culturales.

La Decisión de Reubicación
Una de las decisiones más difíciles pero necesarias fue no reconstruir la ciudad de Yungay sobre su emplazamiento original, que permanecía sepultado y era considerado de alto riesgo geológico  . En su lugar, se inició un ambicioso proceso de reconstrucción con la edificación de Nueva Yungay a unos kilómetros de distancia. Esta nueva ubicación fue elegida por su mayor elevación y por considerarse más segura, fuera de la trayectoria potencial de futuros aluviones.   

El sitio original de Yungay fue oficialmente declarado Campo Santo Nacional, con una estricta prohibición de cualquier excavación o remodelación de la ciudad sepultada. Esta decisión transformó el lugar en un memorial permanente.   

Criterios de Planificación Urbana y Construcción
Nueva Yungay fue diseñada con estrictos criterios antisísmicos y de prevención de aluviones, incorporando directamente las dolorosas lecciones aprendidas de la catástrofe en su trazado urbano y tipo de construcciones  . Este enfoque marcó un cambio fundamental en la planificación urbana del país, priorizando la seguridad y la resiliencia ante desastres  .

Como respuesta directa al terremoto de 1970, se lanzó el primer código nacional de construcción sismorresistente en Perú ese mismo año. Este código ha sido actualizado en múltiples ocasiones (1977, 1997, 2003) para integrar los avances en la ingeniería sísmica y las lecciones de sismos posteriores. La nueva ciudad, construida con significativa asistencia internacional, fue dotada de servicios esenciales como electricidad, agua potable, clínicas, escuelas, una iglesia y viviendas permanentes para 1975. Los principios de planificación urbana para Nueva Yungay buscaron promover la seguridad física de los asentamientos, ordenar y consolidar el tejido urbano, y clasificar el suelo según los niveles de riesgo identificados, definiéndolo como urbano o rural en función de sus condiciones generales.   

Sin embargo, a pesar de las nuevas regulaciones y el esfuerzo en Nueva Yungay, persistieron desafíos en otras áreas del país, incluyendo prácticas de construcción informal, el uso de materiales de mala calidad y una supervisión insuficiente. Esto puso de manifiesto una brecha entre la formulación de políticas y su implementación generalizada.   

Desafíos Sociales y Logísticos
El proceso de reconstrucción fue una empresa logística y social de inmensas proporciones, que implicó la reubicación de los sobrevivientes y la planificación y edificación de una ciudad completamente nueva desde cero  .

Desafíos Sociales:

Resistencia al Reasentamiento: Muchos sobrevivientes, profundamente arraigados a sus lazos culturales y económicos con el sitio original, se resistieron firmemente a los esfuerzos del gobierno por reubicarlos. Una propuesta para trasladar la capital provincial a Tingua, a 15 km de distancia, fue mal recibida debido a su potencial para alterar las interrelaciones sociales, económicas y políticas tradicionales.   

Cambio Demográfico y Migración: La tragedia provocó cambios demográficos significativos. Un gran número de sobrevivientes de la antigua Yungay migraron a ciudades costeras, especialmente a Lima, debido a la falta de viviendas habitables, empleo y servicios básicos en la región devastada. Esta migración externa conllevó profundos cambios culturales para los migrantes, incluyendo la pérdida de su lengua quechua, vestimenta tradicional, gastronomía y relaciones sociales interculturales, mientras buscaban integración social, económica y educativa en Lima. Inversamente, también hubo una inmigración interna de personas, principalmente trabajadores y sus familias, provenientes de ciudades costeras y del sur del país, atraídos por los esfuerzos de reconstrucción.   

Transformación del Tejido Social: El desastre alteró fundamentalmente la composición social de las áreas afectadas. Condujo a la aparición de nuevas relaciones de parentesco y lazos comunitarios entre la población sobreviviente. Si bien las élites urbanas experimentaron una pérdida de identidad social, la catástrofe, paradójicamente, presentó oportunidades de movilidad social para los habitantes rurales en el "escenario de frontera" de la reconstrucción.   

Desafíos Logísticos:

Infraestructura Dañada: La destrucción generalizada de carreteras y puentes en el accidentado terreno dificultó gravemente los esfuerzos iniciales de socorro y la posterior reconstrucción.   

Interrupción Agrícola: El aluvión destruyó los sistemas de riego de Yungay, afectando significativamente la producción agrícola del año a pesar de los esfuerzos de reparación.   

La decisión de reubicar Yungay e implementar códigos de construcción más estrictos, aunque representa un compromiso progresista con la reconstrucción mejorada, se enfrentó a una paradoja crucial: la fuerte resistencia social al reasentamiento debido a profundos lazos culturales y económicos. Esto demuestra que una recuperación efectiva de desastres no es solo un problema técnico o de ingeniería, sino un complejo desafío socio-cultural. Los cambios de políticas y la planificación moderna deben lidiar con identidades comunitarias profundamente arraigadas, dependencias económicas y formas de vida tradicionales. Esto revela que las soluciones impuestas desde arriba, por bien intencionadas que sean, pueden chocar con las realidades locales, lo que lleva a resultados incompletos o controvertidos.

Además, los extensos patrones de migración interna y externa, y la profunda transformación del tejido social incluida la formación de nuevas relaciones de parentesco, la pérdida de identidad social para las élites urbanas y nuevas oportunidades para los habitantes rurales demuestran que la tragedia de Yungay actuó como una fuerza poderosa, aunque brutal, para la reestructuración social y la transformación de la identidad. El desplazamiento forzado y los subsiguientes desafíos de adaptación, particularmente la pérdida de expresiones culturales (idioma, vestimenta, gastronomía) para los migrantes, subrayan que el impacto del desastre se extendió mucho más allá de la destrucción física, alterando fundamentalmente las identidades colectivas e individuales y creando un legado duradero de disrupción y adaptación cultural.

VII. Impacto a Largo Plazo y Legado: Un Antes y un Después
La tragedia de Yungay no es solo un hecho histórico, sino un evento que permanece vivo y latente en la memoria colectiva del Perú, impulsando transformaciones fundamentales en la gestión de riesgos y dejando un legado de reflexión y prevención.

Evolución de la Gestión del Riesgo de Desastres en Perú
La catástrofe de 1970 fue un punto de inflexión que impulsó un cambio fundamental en la política de gestión de desastres en Perú.

Creación de INDECI: Como respuesta directa al devastador terremoto de 1970, el gobierno peruano creó la Brigada de Defensa Civil Peruana. Esta entidad fue formalmente establecida como el Sistema Nacional de Defensa Civil (SINADECI) el 29 de marzo de 1972, mediante el Decreto Ley No. 19338. Posteriormente, evolucionó para ser conocido como el Instituto Nacional de Defensa Civil (INDECI), formalmente formado el 27 de septiembre de 1987. INDECI es el organismo central, rector y conductor del Sistema Nacional de Defensa Civil, encargado de la organización de la población, coordinación, planeamiento y control de las actividades de Defensa Civil. Sus funciones principales incluyen la coordinación de emergencias, la formulación de políticas, la organización de simulacros y capacitaciones, y la gestión de información a través del Sistema de Información para la Respuesta y Rehabilitación (SIRR). Esta evolución ha permitido al organismo ampliar sus capacidades, pasando de un enfoque predominantemente reactivo a uno más proactivo en la gestión de riesgos.   

Creación de SINAGERD: La culminación de este proceso de aprendizaje y fortalecimiento institucional fue la creación del Sistema Nacional de Gestión del Riesgo de Desastres (SINAGERD) en 2011, a través de la Ley No. 29664. SINAGERD se concibe como un sistema interinstitucional, sinérgico, descentralizado, transversal y participativo. Sus objetivos principales son identificar y reducir los riesgos de desastres, evitar la generación de nuevos riesgos, y efectuar una adecuada preparación, atención, rehabilitación y reconstrucción ante situaciones de desastre, buscando una gestión integral y multisectorial del riesgo.   

Sistemas de Alerta Temprana (SAT): La tragedia de Yungay subrayó la necesidad imperante de invertir en sistemas de alerta temprana  . Los sistemas de alerta temprana multipeligros (MHEWS, por sus siglas en inglés) modernos, como el Sistema de Alerta Sísmica Peruano (SASPe), se implementan basándose en cuatro componentes clave: conocimiento de los riesgos, servicio de seguimiento y alerta (con base técnico-científica y tecnológica), difusión y comunicación (con enfoque inclusivo), y capacidad de respuesta (acciones de preparación para la población y autoridades). SASPe, el primer SAT a nivel nacional, busca proporcionar tiempo de advertencia a la población y establecerá una red de centros de control para expandir su alcance y optimizar la Red Nacional de Alerta Temprana (RNAT).   

Monitoreo de Glaciares: El desastre destacó la necesidad crítica de monitorear los glaciares, particularmente en la Cordillera Blanca  . El Instituto Nacional de Investigación en Glaciares y Ecosistemas de Montaña (INAIGEM), adscrito al Ministerio del Ambiente , se encarga de esta tarea utilizando tecnología de punta. Esto incluye sistemas de fotogrametría con drones para analizar la pérdida de espesor y volumen de los glaciares, modelado computarizado para aluviones de origen glaciar, botes robóticos con sensores de alta sensibilidad para medir profundidad y temperatura en lagunas, y sistemas de monitoreo en tiempo real que transmiten datos vía satélite para sistemas de alerta temprana. Esta labor es crucial ante la realidad de la disminución de los glaciares en Perú, que alberga el 71% de los glaciares tropicales del mundo.   

Impacto Socioeconómico a Largo Plazo
Más allá de la destrucción inmediata, el terremoto de Áncash de 1970 desató efectos negativos de largo plazo en la educación, la pobreza, los matrimonios y el trabajo, que han perdurado más allá de la destrucción material. Una investigación de Germán Daniel Caruso y Sebastián Miller para el BID reveló que, en algunos casos, estos efectos se han transmitido de una generación a otra.   

Educación: Las personas que se encontraban in utero durante el terremoto experimentaron, en promedio, 0.65 años menos de educación en comparación con quienes no fueron afectados. Los hijos de mujeres expuestas al sismo in utero también completaron 0.45 años menos de educación que los hijos de mujeres no afectadas. Aunque estas cifras puedan parecer pequeñas, en un país de ingresos medios como Perú, la pérdida de medio año de educación se traduce en una reducción del 3.9% al 5.5% en los ingresos a lo largo de la vida.   

Pobreza y Bienestar: Las mujeres expuestas in utero al terremoto tuvieron un 3% más de probabilidades de estar solteras o divorciadas. También mostraron una mayor probabilidad de tener hijas que trabajaban antes de los 16 años. Estas mujeres tendían a ser más pobres, con un 2.6% más de probabilidades de carecer de servicios básicos en el hogar, como electricidad, agua potable y refrigerador.   

Diferencias de Género: Con la excepción de casi medio año de escolaridad perdida, los hombres expuestos al terremoto de Áncash in utero no sufrieron efectos a largo plazo, una diferencia que aún requiere explicación.   

Impacto Económico General: Los daños a la infraestructura se calcularon en aproximadamente 530 millones de dólares y tardaron años en repararse. Un estudio sobre el crecimiento demográfico en Áncash entre 1961 y 1972 mostró un efecto estadísticamente significativo del terremoto en la tasa de crecimiento poblacional.   

Impacto Psicológico y Salud Mental
El acto de presenciar la tragedia de Yungay causó cicatrices psicológicas profundas y duraderas. Estudios generales sobre desastres naturales a gran escala en Perú y otros contextos revelan consecuencias significativas para la salud mental de los sobrevivientes:   

Prevalencia de Trastornos: Se ha observado una alta prevalencia de Trastorno de Estrés Postraumático (TEPT) (60% de las personas expuestas a un terremoto, con una tasa del 26.9% un año después), ansiedad (57.5% inicialmente, disminuyendo a 12% después de un año) y depresión (52.7% inicialmente, 17.6% después de un año). Es común la comorbilidad de estos trastornos.   

Síntomas Comunes: Los sobrevivientes pueden experimentar ansiedad persistente, alteraciones del sueño, hipervigilancia, flashbacks del evento, irritabilidad, preocupación constante, aplanamiento emocional, ataques de pánico, ira y, en casos graves, ideación suicida.   

Poblaciones Vulnerables: Los niños son particularmente vulnerables, con prevalencias de depresión (13.5%), ansiedad generalizada (10.8%) y otras patologías mentales (43.2%). Las mujeres tienen un riesgo hasta cinco veces mayor de desarrollar TEPT.   

Persistencia a Largo Plazo: La persistencia de los síntomas a largo plazo es una preocupación. Por ejemplo, un estudio en sobrevivientes del terremoto de Bam 12 años después encontró que el 38.7% presentaba TEPT y el 40.1% síntomas de depresión.   

Necesidad de Apoyo: Se subraya la necesidad de apoyo psicosocial especializado y de intervenciones como la ventilación emocional, el restablecimiento de rutinas y el fomento del apoyo comunitario para la recuperación.   

Legado en la Memoria Colectiva y la Cultura de Prevención
La tragedia de Yungay no es solo un hecho histórico; es un evento que permanece vivo y latente en la memoria colectiva del Perú  . Cada 31 de mayo, el país conmemora el "Día de la Solidaridad y de la Reflexión sobre los Desastres Naturales"  . Esta fecha es un recordatorio constante de la vulnerabilidad del país a fenómenos naturales y la imperante importancia de la prevención y preparación  . Los simulacros nacionales de sismo y tsunami que se realizan anualmente en esta fecha son un legado directo de Yungay, buscando educar a la población y fortalecer su capacidad de respuesta.   

El Campo Santo de Yungay, el antiguo cementerio que milagrosamente sobrevivió al aluvión, se ha convertido en un lugar de peregrinación, memoria y duelo. Allí, los visitantes pueden observar las copas de las palmeras que sobresalen del montículo de tierra, marcando el nivel exacto de la ciudad sepultada. Es un testimonio silencioso y conmovedor del impacto del aluvión y un espacio sagrado para honrar a las víctimas. La estatua del Cristo Blanco, aunque dañada, también se mantuvo en pie, erigiéndose como un poderoso símbolo de esperanza y resiliencia. Su supervivencia se interpreta como un mensaje de fe perdurable y fortaleza frente a una destrucción abrumadora.   

La tragedia impulsó un cambio fundamental en la conciencia nacional, pasando de una cultura fatalista a una de prevención y preparación. Sin embargo, a pesar de los avances institucionales y normativos, persisten desafíos. La continuidad de prácticas de construcción informal y la vulnerabilidad en áreas de alto riesgo en otras partes del país sugieren que, en algunos aspectos, las lecciones no han sido completamente asimiladas o implementadas de manera universal. Esto indica que el camino hacia una resiliencia total es un proceso continuo que requiere una constante adaptación y compromiso.   

VIII. Conclusiones y Recomendaciones
La tragedia de Yungay de 1970 representa un hito ineludible en la historia del Perú, un evento que, por su devastadora escala humana, trascendió la mera catástrofe natural para convertirse en un catalizador de profundos cambios en la conciencia nacional y en las políticas de gestión de riesgos. El análisis de este desastre revela la compleja interacción entre fenómenos naturales extremos y vulnerabilidades socio-geográficas preexistentes, exacerbadas por advertencias desatendidas y una percepción de riesgo caracterizada por el fatalismo. La aniquilación casi total de Yungay y la supervivencia simbólica de sus pocos hitos, junto con los testimonios de supervivencia arbitraria, subrayan la magnitud del trauma colectivo y las profundas cicatrices psicológicas y socioeconómicas que perduran a lo largo de las generaciones.

A pesar de la desolación, la tragedia de Yungay impulsó una respuesta global sin precedentes, que incluso trascendió las tensiones geopolíticas de la Guerra Fría, demostrando un imperativo humanitario universal. Más importante aún, forzó al Perú a reevaluar su enfoque ante los desastres, dando origen a instituciones clave como INDECI y SINAGERD, y promoviendo el desarrollo de normativas sismorresistentes, sistemas de alerta temprana y el monitoreo glaciar. Sin embargo, el proceso de reconstrucción de Nueva Yungay también expuso los complejos desafíos sociales y logísticos inherentes al reasentamiento, destacando la resistencia cultural y la profunda reestructuración social y de identidad que acompañan a la migración forzada.

En síntesis, Yungay es un recordatorio contundente de que, si bien no podemos evitar los fenómenos naturales, sí podemos reducir drásticamente su impacto a través de la preparación, la concientización y una planificación inteligente. Las lecciones de Yungay siguen siendo de vital importancia para la resiliencia del Perú y de otras naciones expuestas a peligros similares.

Con base en el análisis de esta tragedia y sus repercusiones, se formulan las siguientes recomendaciones:

Fortalecer la Gestión Integral del Riesgo de Desastres: Es imperativo continuar fortaleciendo el Sistema Nacional de Gestión del Riesgo de Desastres (SINAGERD), asegurando un enfoque integral y multisectorial que abarque la identificación, prevención, reducción, preparación, respuesta y rehabilitación a todos los niveles de gobierno y de la sociedad.

Invertir en Infraestructura Resiliente y Planificación Urbana Sostenible: Se debe priorizar la aplicación y fiscalización rigurosa de los códigos de construcción sismorresistente y los criterios de prevención de aluviones, especialmente en áreas vulnerables. Es fundamental promover una planificación urbana inteligente que considere los riesgos geológicos y los impactos del cambio climático, evitando la reconstrucción y el desarrollo en zonas de alto riesgo.

Mejorar los Sistemas de Alerta Temprana y Monitoreo: Es crucial expandir e integrar los sistemas de alerta temprana multipeligros (MHEWS), incluyendo tecnologías avanzadas de monitoreo de glaciares, para proporcionar alertas oportunas y precisas a las comunidades en riesgo. El trabajo de instituciones como INAIGEM debe ser continuamente apoyado y ampliado.

Priorizar el Apoyo Psicosocial y la Resiliencia Comunitaria: Se deben implementar programas de salud mental a largo plazo para los sobrevivientes de desastres, reconociendo el trauma intergeneracional. Es esencial fomentar iniciativas lideradas por la comunidad en la preparación y recuperación, respetando el conocimiento local y los contextos culturales.

Sostener la Educación Pública y la Comunicación de Riesgos: Es fundamental educar continuamente a la población sobre los riesgos de desastres, la preparación y los protocolos de evacuación. Las estrategias de comunicación de riesgos deben ser culturalmente apropiadas y diseñadas para abordar los sesgos psicológicos, como el sesgo de normalidad, que pueden obstaculizar la respuesta efectiva.

Promover la Investigación Interdisciplinaria y el Intercambio de Datos: Se debe incentivar la investigación continua sobre los impactos socioeconómicos y psicológicos a largo plazo de los desastres, facilitando el intercambio de datos para informar políticas y prácticas basadas en evidencia.

Fortalecer la Cooperación Internacional: Mantener y mejorar las alianzas internacionales para la ayuda humanitaria, el intercambio de conocimientos y el desarrollo de capacidades en la reducción del riesgo de desastres, aprendiendo de las mejores prácticas globales.

Yungay nos enseña que la verdadera resiliencia no solo se construye con concreto y leyes, sino con una profunda comprensión de la interacción entre la naturaleza y la sociedad, y un compromiso inquebrantable con la protección de la vida humana y el bienestar colectivo.
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